Adormecido


Me encontraba plácidamente adormecido, pensando que ese era el mejor estado mental, el punto más elevado de la satisfacción existencial, el momento que no quieres que termine, es curioso ver como se relacionan los mejores momentos de tu vida con estar tumbado en un estado semidespierto. Escuchaba una melodía que no sabía si era real pero me hipnotizaba, veía cosas que para un adulto son imposibles, imposibles porque ya se aprendió las leyes de la naturaleza y fuera de esos márgenes todo lo demás es absurdo. Mi persona se fundía en el todo y sin ningún dolor ni asombro las partes de mi cuerpo ya no eran mías,  corrían a unirse al todo del que alguna vez formaron parte, pero de repente ya no estaba allí, ya no había nada, solo un blanco infinito y mudo, entonces no les quedaba de otra más que seguir siendo parte de mi. A mis espaldas había miles de espectadores que apenas tenían la sensación de percibir algo mientras caminaban por una concurrida calle citadina, llena de nieve y ajetreo, cuando me percate de ello trate de que me vieran, intente de todo, pero algo nos separaba, una barrera cada vez más pequeña que no dejaba pasar ni el sonido ni nada mas allá de una sensación, esta barrera llego a atraparme y apretarme hasta ser más pequeña que yo, mucho más pequeña, lo cual me redujo y me hizo parte de otra realidad, a una melodía distinta, un sueño distinto, de imágenes, fluidos, colores que se fundían en uno solo y podían ser lo que su voluntad dictara, un jardín, un océano, una estrella, la infinita energía que se funde en calor y luz o simplemente el sonido que produce una cuerda tensa. En algún punto volví a mi cuarto, con blancas paredes y montón de cosas hechas para hacerlo más confortable, la realidad se vuelve nuestra cuando en la mente encontramos todo y estar adormecido tiene la grandiosa bondad de poder recordarlo todo cuando no estabas aquí y ahora.

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